MIGUEL ÁNGEL CALDERÓN


Artist and filmmaker.
Madrid.

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EL EXTRANJERO


El Extranjero es un trabajo escrito acompañado de vídeos y fotografías realizadas durante mi viaje por el sudeste asiatico en el 2017. En una época en la que me encontraba impresionado por la obsesión de muchos viajeros por documentar sus experiencias "auténticas", pensé que sería más honesto reconocer la inevitable distancia que me separaba de aquellos lugares. Lo que empieza como una narrativa en torno a mi posición de extraño termina convirtiéndose en una exploración de la soledad y el anonimato.



Entre agosto y noviembre del 2017, viajé por el sudeste asiático. Tailandia, Camboya, Vietnam y Laos me recibieron como a uno más de los cientos de miles de extranjeros que los visitan cada año. Irreconocible entre un mar de gente, me invitaron a perderme.

Al llegar solo encontré caos ante mis ojos desadaptados. Mi liberación física y mi placer de descubrimiento me hicieron creer que me compenetraba en ese mundo.  Pero pronto percibí la inmensa distancia que separaba mi curiosidad de la autenticidad de mi experiencia. En lugar de ignorarla, como muchos hemos hecho desde la posición de extraños, decidí abrazarla.

Disfrazado de foráneo y con una curiosidad virgen, me acogí a mi soledad, intenté huir de mi obligación de turista y acepté mi refugio temporal. Porque siempre supe que estaba de paso, que sus abrazos era finitos y mi aprecio agotable.


El Escape
En mi enésima etapa como extranjero, descubrí lo que es sumergirme voluntariamente en el anonimato, entre la incertidumbre inerte del asfalto y la confianza ciega en las ruedas.



Ese escape fue mi introducción a su mundo, un espacio en el cual era bienvenido pero no incluido.
Sus miradas me cautivaban. La mía les era indiferente.



Me abrumaron sus sonidos, ruidos y destellos.
Yo solo quería hundirme en ellos, arroparme con sus delirios de día y sus tormentos de noche.





La Distancia
Mis palabras marcaron irremediablemente mi experiencia. Las suyas, invisibles y confortantes, me guiaron a sus puertas.
Igual que el anterior y el siguiente, sentí que me las abrían.
Pero no eran las de su hogar. El lugar reservado para los de mi especie era otro.
Llegué a abrazar la distancia entre nosotros.
Es de aquello de lo que aún hoy trato de convencerme.




Mi imposibilidad de penetrar su mundo me obligó a acercarme a quienes, como yo, eran extraños.



Fue allí donde encontré que me parecía más a ellos que a quienes tanto glorificaba.



Me rehusé a ser parte de ese grupo.
Quise alejarme de su presunta ignorancia.
Me convencí de que mi experiencia estaba libre del narcisismo que definía la suya.



Lo cierto es que dudo si llegué a conseguirlo.
Lo falso es que pude evitar ser atrapado por sus luces.



El Refugio
No estoy seguro de lo que escuché en sus interiores.
Recuerdo quebrarme por dentro y ocultarlo por fuera.
Recuerdo Bangkok y sus reflejos cegadores, Hanoi y sus cánticos ensordecedores, Vientián y sus olores arrolladores.

Lo que todavía siento son Nom Pen y su silencio perpetuo.


Desde dentro mi vista era sesgada.
Ese era mi refugio; me blindaba del juicio al que me tenía acostumbrado y de la nostalgia que ya había saboreado.


Mas esa protección era innecesaria.
La crudeza de mi soledad fue mayor y mi desnudez atroz.




El ser descubierto no tenía remedio. Sin opción ni intención de esconderme otra vez, me ofrecí a sus peligros sinceros.


Todas las miradas fueron siempre capciosas.
Las que di más que las que recibí. Y aunque nunca habrá justicia en mí, si la habrá en el legado que dejaron ellas, ellos y aquellos.


Mi intención ya no era conocerlos, ni la suya ocultarse. 
Me tendieron la mano hasta donde ellos podían y hasta donde yo merecía.

Lo mío era hundirme en otras fachadas, en el frío de su compasión y el calor de mi desolación.
Fue mi caos.
Fue mi perdición.
Fue devastador, agotante y reconfortante.

Fue cuando me sentí más cómodo y donde me vi más solo.